lunes, 8 de febrero de 2010 18:48 Publicado por Jesús Díaz
La médecine et de l'espoir

(Imagen. The Sick Child (1907). Edvard Munch)

¿Viene un gran medicamento que puede salvar muchas vidas (o son varios)?

Escuchaba hace unos días en un programa de radio de un nuevo invento de suma importancia en la medicina: se trata de un spray que podría ser aplicado a quienes sufren quemaduras instantes después de haberse producido, su composición haría que las consecuencias sean mínimas y evitaría la muerte (muchas de las muertes por quemaduras se dan a consecuencia de las heridas que además se infectan).
¿Sabían que el promedio de vida de la humanidad (toda la humanidad en su historia) es de 18 años? ¿Se han preguntado qué nos ha hecho vivir ahora hasta más de los 70 años?
Ahora mismo, mientras escribo y ustedes me leen, hay cientos de científicos aportando horas de su vida en algún descubrimiento, y, también hay que decirlo, cientos de miles de personas esperanzadas en esas investigaciones. Personas que ahora mismo lloran en busca de una esperanza, y otras tantas que la encontrarán, que pronto la encontrarán.
Hoy quiero dedicar unas palabras a esa bella disciplina que es la ciencia (en especial la médica) y a quienes fungen como médicos.
Evidentemente los médicos –contrario a lo que muchos parecen creer- no son semidioses, muchos de ellos ni siquiera tienen la mínima cultura general (en mi familia se suele pensar que los médicos son una especie de personas súper estudiadas en casi todos los ámbitos -todavía no sé por qué-, pero no es así). Sin embargo, he tenido la fortuna de conocer a muchos que dedican su vida para dar esperanza a otros (me incluyo entre esos “otros”).
¿Sabrán los médicos lo que significan para los pacientes que tienen enfrente?
Hay un bello cuento escrito por Jorge Luis Borges titulado “El Sur” (1944), no sé si lo han leído. Habla sobre un hombre, llamado Juan Dahlmann, secretario de una biblioteca municipal de Buenos Aires (linda profesión). Un día se golpea la cabeza y debe ser trasladado a una clínica, ahí pasa ocho días esperando la muerte.
El personaje entonces es descrito en un viaje, hacia “el sur”, un viaje épico que concluye en una riña, en la que muere en un duelo a manos de otro hombre. Para Dahlmann es más loable morir en plena lucha que en una clínica (si bien, en realidad muere en la clínica y todo es producto de su imaginación).
Las veces que he tenido la oportunidad de visitar un hospital me ha sugestionado la gente que espera y la que se halla dentro (en alguna habitación), pienso en las miles de conexiones que deben existir entre estas personas, las miles de súplicas, de esperanzas, de despedidas… es como si me encontrase en un campo de batalla, lleno de luchas y esperanzas.
En los velatorios es distinto, ahí sólo hay dolor, o tranquilidad, o ambas. Y muchas veces puedes sentir la paz.
Los nosocomios, en cambio, albergan tantas cosas que suelen ser incómodos. Hay tantos Dahlmann, tantos que preferirían acabar la lucha en un lugar lejano, tantos que la pierden…

“¿Tú no sabes cómo vas a morir, respeta la muerte de los demás?”, me dijo un día una persona cercana, cuando mi padre murió y la respiración no me alcanzaba. Y es cierto...
¿Alguna vez se han preguntado cómo han de morir? ¿en manos de quién han de depositar sus esperanzas?... ¿quién los rescatará de ese trance, quién les dará un minuto más?
Hubo gente que murió por una gripe que hoy puede ser curada con antibióticos, ¿acaso podremos vivir más con un invento que exista cuando seamos viejos y que hoy es imposible de imaginar?

Estoy tomando un curso gratuito on line de la universidad de Yale (se los recomiendo), es sobre psicología. Hay una parte en la que explican la función del cuerpo con respecto al cerebro y, más a fondo, al alma…
No cabe duda que en la literatura (y en la psicología) he encontrado confort a mi alma, hay momentos en que casi no me duele existir y saber que hay tanta belleza en el mundo que deberé dejar ir, hay momentos en que me resigno a eso que aún veo lejano.
… Pero ese cuerpo -cita el profesor de Yale- está infinitamente ligado a mi alma: cuando uno AMA, cuando ingiere alcohol, cuando extraña, cuando llora o tiene frio... cuando este cuerpo (que también soy) llora, cuando se siente mal, mi alma es muy pequeña para comprender tantas cosas. Ahí, para algunos Dios y la ciencia brinda esperanza, los invita a creer.
No hay una disciplina más esperanzadora para el hombre que la medicina (y la ciencia médica).
¿Habrá nacido el que invente la cura de enfermedades crónicas, o cáncer, o VIH…?

HAY QUE SEGUIR CREYENDO…


(A mi hermana, Dra. Jenny Díaz, a mi novia la Dra. América Villaseñor, al Dr. Haroldo Dies y la Dra. Gloria Noriega. A mi abuela Josefina Piña, quien recién perdió su lucha contra el cáncer)

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