Esto es tan fuerte y tan frágil. Es como un camino ausente de señales que me invita a seguir y, más comúnmente, a detenerme. Apenas ayer estabas aquí, y ya tengo recuerdos vagos de tu forma de besar, de tu sonrisa y la manera en la que mis manos acarician tu cintura. De este torbellino que no lo podemos detener, que a veces arrasa con nuestra propia alma, la divide en decenas de pedazos, que nos impide elegir un lugar en donde comenzar y nos desvanece. A veces no quiero q te vayas, sabes, quiero aferrarme a ti, pero otras, otras odio perderme del todo. Y quisiera un balance entre lo que siento y pienso. Porque hay momentos en que el deseo por ti me hace renunciar a todo, y hay otros, tú sabes cuales, en los que simplemente todo tiembla (como nuestras manos) y no hay cabida para la necesidad. Es cuando me siento vulnerable. Es como una lucha entre mi deseo y mis necesidades. Hay días en que todo de ti me seduce y pienso que debería morir en ese instante. Otras veces odio mi indiferencia, odio arrástrate en ella. En esos instantes pienso la gran distancia que hay entre el piso (en donde nos hemos postrado para llorar como niños) y el corazón, o aún más la cabeza. ¿Serán acaso mis miedos a reconocerte lo que me mantiene estático? ¿Será que todo necesita un tiempo? Pero entonces, maldición, me pegunto: ¿Y si no hay mucho tiempo?... Entonces tú adoptas esa actitud infantil. Te haces niña. Te metes en una pequeña cueva y te encierras, y cantas una canción mientras jugueteas con mis sentimientos como si fueran juguetes. Y corro, sin dirección definida corro, y al paso, siento que el viento y mi respiración se apaciguan, al final del camino no sé a donde he llegado, pero me regocija que sigas ahí al cruzar esa puerta. Entonces nos abrazamos y charlamos durante horas, de nuevo. Creo que ninguno quiere un compromiso que no sea con el otro, estamos tan acostumbrados a no tener nada, ni familia a veces, que sólo queremos estar solos. Qué mal es acostumbrarse a la soledad, que ésta se convierta en una necesidad, un lugar en el que hay que estar. Nuestra soledad es como una isla, una gran isla, en donde sólo cabe otra persona. Y ahí nos ves, gastando el tiempo mientras vemos el horizonte, y pensando en lo que hay detrás de él. Y cuando el horizonte nos muestra una nueva tierra que se acerca a nuestra isla, simplemente no sabemos qué hacer. Me queda claro que para ambos no existe la regla de lo normal. Quizá por ello soñamos muchas veces con escapar. Somos tan raros que incluso tememos lastimar al otro. Ahora no sé si quisiera que me importara el mundo alrededor de nosotros, me he perdido. Ahora quisiera estar solo, y poder llorar, es algo que también he dejado de hacer (solo frente a tu cuerpo desnudo a media luz lo hice, aunque no sé si fue un sueño). Creo que mientras escribo esto, sin pausas, estoy corriendo. Hasta ahora no me había preguntado si cuando me canse, o el viento me sosiegue, tú estarás ahí, con tu bella sonrisa… pero sigo corriendo.