Mi mente divaga. Son mis manos las que hablan mientras tocan tu cintura, es una extraña mezcla y lo sabes: algo de delicadeza que se confunde con la fuerza de un arrebato.
Así somos, nos despojamos en un breve tiempo, ese en el que cada minuto pareciera que estamos tomando una decisión importante, de vida.
¿Por qué siempre sucede eso? ¿Te lo has preguntado?
Por qué siempre que nos vemos sentimos que estamos por resolver algo que trascenderá nuestra existencia, en breves lapsos en los que incluso no sabemos qué decir.
Pero hoy no quiero pedirte nada, solo quiero que nuestros sentidos, los otros sentidos, hablen por nosotros. Ellos dicen las mejores palabras. Esas que no se encuentran en ningún lado.
A veces odio pensar que todo el tiempo que te he dado ha sido un sueño, sobre todo cuando, como ahora, me embelesa esa intensidad con la que tocas mi alma.
Estás y no estás, y lo onírico se mezcla con la realidad, mientras mis labios recorren espacios nuevos en tu ser y me pierdo en un mundo, tu mundo.
Es tanto mi amor por ti que, irónicamente, quisiera despertar en el acto, antes de desaparecer.
Me pregunto: ¿a dónde me llevas cuando quitas la barrera que hay entre nosotros? Me pregunto (…sí), y me siento perdido, tan confundido, tan fascinado.
Siempre hablamos de la vida, ¿verdad?
¿Y si me acostumbro a vivirla más a tu lado? ¿Cómo he de partir si he perdido mi lugar, si pertenezco a cualquier sitio y a la vez a ninguno que no hayas tocado tú?
Eres el ángel que Dios me ha enviado, la confirmación de un milagro de vida, y yo, yo soy sólo un mortal ahora, distinto a ti. Igual cerraré los ojos, y ahí estarás tú.
Déjame aquí, no quiero morir de tanto amar. O mejor no, quédate, o llévame, o ven conmigo, vámonos. Creo que nací para navegar en ese mar en cuyas olas se halla tu figura.
Hoy no me digas que me adoras, por favor. Ni siquiera con ese otro lenguaje que expresas con tus manos, justo a centímetros de mi corazón.
Una parte de mí toca una puerta, y lo sabes. Escuchas mis latidos, siempre me delatan. Pero no la abras, no sea que se acabe la última cordura en mí.
Entonces tomaría ese cuerpo que me has regalado, y te llevaría conmigo. Hasta el fin.
Estás a punto de invitarme a renacer, y sé que me abandonaré en ti. Entonces las palabras estarán de más. Nada de eso puede escribirse, ni siquiera hay un idioma para eso.
Sólo una palabra, quizá, que se le aproxima: TE AMO. Pero es muy tarde para reflexiones... He muerto en ti...